Cartas de miércoles, desde la frontera Colombia Venezuela

Cartas blog6 de noviembre de 2019

Sres. Latinoamericanos, en el lugar que se encuentren

Entrañables compatriotas espero que su día de hoy sea por lo menos llevadero o se acerque a lo que comúnmente llamamos felicidad, o que estén en suma, próximos a la dicha.

Hoy el malecón Pamplonita amanece distinto, sombrío y pensativo. Hoy no le visitó el sol, aunque no es de extrañar que haya cierta pesadumbre en el ambiente, por tantas desigualdades que se agitan y hondas brechas abren en los corazones. Yo por mi parte estoy en el filo de las indecisiones, en esas encrucijadas baratas de cumplir leyes maltrechas o tumbarme en mis mismas ideologías de libertad y derecho adquirido como ciudadana mundial. Mi preocupación es mayúscula, y me ha llevado a sentarme tres días en la misma cabecera de mi cama, me he sumido en la pesadumbre y he deambulado cerca de la habitación tres del hostal, junto a la familia Guerra que no tiene para un pan y se aferran a lejanas bondades ajenas, al igual que otrxs que están en pleno andar y andar; como comprenderán en lo que abajo voy a describir.
Estando en Cúcuta ayer por la tarde se me ocurre que debo pasar la frontera, (yo no estoy de acuerdo con esa palabra, para que sepan) así que cómodamente emprendí camino en un bus atestado de todo lo posible, llegué finalmente con todo el sol sobre la coronilla y rosándome furiosamente con toda la gente que por allí se mueve casi sin destino fijo, van por entre charcos y rendijas humanas al tenderete improvisado, a dejar sus melenas, pasan por medicamentos, por casas de falsificaciones de cédulas, van para el centro de Cúcuta, a Ecuador, Chile o Perú, a Bogotá o Medellín, a la trocha para pasar la comida que la familia Gocha espera al otro lado del río, o simplemente no pueden avanzar.
Hermanos latinoamericanos, este espacio de cemento separador de humanidades es una pestilencia de tristezas, orines y miedos. Aquí primero cruza la necesidad, ella trae cualquier cosa, un carrito de esos, para hacer las compras, una bolsa de plástico, un costal viejo, una silla de ruedas o solo un vaho de medio día; después pasa la valentía con maleta de dos ruedas (ojalá negra); le sigue la esperanza con mochila pequeña, la esperanza siempre es joven y comúnmente lleva niños consigo, ella mis estimados, siempre tiene rumbos más lejanos que las demás. Yo digo que solo pasan los que tienen mínimamente documento de identidad, es que las exigencias de los camisa blanca son estrictas, (aunque dan brazo a torcer por algunos dólares). Pero el acto de poner solo un pie en Cúcuta, ya es para muchos todo un festejo, como para la familia Guerra que espera demacradamente un apoyo de salud. Por acá pasó Roxana sin saber que no iba a volver jamás, aquí quedaron Jesús, Andrés, Luis, Jhonatan, Valdelomar y muchos más… y aquí quedaron en manos de los que ejercen la ley, de los rebeldes, de la injusticia, quedaron en manos de las propias circunstancias. El río este que, esta vestido más de piedras que de agua es cómplice de este entorpecimiento de la vida. Las fronteras aquí son como arma letal, o eres o no eres de un determinado lugar, aquí hace mucho murió la hermandad. Aquí reina el canibalismo económico al natural.

Estas elementales fronteras que nos hemos inventado mis estimados hermanos, nos excluyen, rompen y matan, nos recuerdan que no gozamos de lo elemental, el derecho a la libertad, la libertad de ser humano y no más.

Me despido de ustedes con el corazón abrumado y tratando de dibujar en estas letras algunas posibilidad que nos lleven a la fraternidad.
Un abrazo de reflexión mis hermanos latinoamericanos.

Su siempre servidora.

Milagros O’campo

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