“China lemichita te vas, me dejas llorando, te vas me dejas llorando”, al son del huayno nos vamos con el Utcubamba más arriba, sobre las huellas de los Sachapuyos hasta hallarnos en Leymebamba. Toma el dominio el verdor que brota del vientre del río, se ensancha más arriba, y de brazos abiertos expresiva mira Leymebamba, de casas altas con balcones angostos y tejado de tierra, sus callejas derechas van subiendo hasta devisarse’ por entre las chacras y morir en las vaquerías, con el bramido y la leche, con las papas y el chanchi, con su museo y la laguna de los Cóndores, dan paso a los caballos que se ensillan por la mañana y se desprenden de su atavío muy entrada la tarde cuando el ribete de los ponchos aparecen en las esquinas, por entre las diagonales de la plaza urdiendo menesteres y plácida dicha.

Aletea el sombrero al golpe delicado del frío viento que se escapa detrás de la iglesia de piedra que distinguida se eleva en la misma esquina de la plaza.
Más allá está el museo, y sus cachetones dando la bienvenida, protector de testimonios de los Chachapoyas de sus casas circulares de residencias conjuntas, de su encuentro con los incas, de sus pasos por los valles y escarpadas montañas, de sus caminos, sus voces, de su cuerpo y su vida hecha leyenda.

…China lemichita te vas, me dejas llorando, te vas me dejas llorando”, al son del huayno nos vamos con el Utcubama más arriba