Chavín de Huantar el lugar sagrado para sanar el interior
Encontrarse con el interior, sanar el estado místico y homenajear por gratitud o para cumplir un propósito, eran motivos que incitaban a emprender marcha de detrás del Chavín, el de Huántar, por el Marañón pasando, o desafiando al Mosna; allá llegaban cargados de posibilidades, y se internaban por las sendas. De la plaza circular al Lanzón y de la Rectangular a la Estela iban a dar, con sutileza oyendo el oráculo, escudriñándolo. El menhir mayor les miraba con ojos grandes y como batiendo sus cabellos abundantes como serpientes en fiesta. Del otro lado, estaba alguna clavada cabeza, resguardando distintos estados de conciencia. Por las escalinatas se elevaban o caían para el Templo de los Chavín, el formidable, aclarado por haces de luz escapadas por las hendiduras, esperaba a los acudientes terrícolas.

En la explanada en el parque, con silbidos melifluas se disipaban las dudas por entre las anchas piedras pulidas y recias que moldean el parque, se sostenían las voces y las inquietudes se escapaban de tras de las dádivas. El San Pedro silencioso llegaba en manos de sacerdotes, en pote venia, de filo a filo para agasajar y embeberse en las minucias de las peticiones y anuncios del tiempo, para la cosecha y la siembra, para la cría, la posición del sol y la llegada de la lluvia.
Ahora, aguarda el Chavín de Huántar el visiteo constante; los nacidos descendientes y descendientas afortunados lo muestran en los parques, suvenires y hasta en las guías internacionales. Y algunas noches también espera paciente las pisadas foráneas. El parque aclara a la luz de la luna y el agua susurra por allí cerca, con el viento que se filtra por entre los muros ventilando y atrayendo vaticinios.

Ya por entre el Lanzón las voces venían nítidas, desde afuera las preguntas, ¿por el ingenio en la toma del San pedro? y por la imaginable religiosidad de los Chavín y sus peregrinos que en otrora llegaban llenos de certidumbres.
Más de mil pisadas quedan, venidas para retratar la lindeza que inicia en el templo de las Falcónidas y muere en la redondez de la sonrisa de la cabeza atravesada en el occidente. La antigua civilización del Perú profundo se salva para los ojos, de todos lados llegan, cruzando colinas, volteando lomadas.

El gran Chavin de Huantar era lugar exclusiva para el encuentro con otros mundos, otras realidades en otros estados de conciencia.

En la explanada en el parque, con silbidos melifluas se disipaban las dudas…

…allá llegaban cargados de posibilidades, y se internaban por las sendas…

…se sostenían las voces y las inquietudes se escapaban de tras de las dádivas…

Más de mil pisadas quedan, venidas para retratar la lindeza que inicia en el templo de las Falcónidas…

Y algunas noches también espera paciente las pisadas foráneas..

…el viento que se filtra por entre los muros ventilando y atrayendo vaticinios.

Ya por entre el Lanzón las voces venían nítidas, desde afuera las preguntas, ¿por el ingenio en la toma del San pedro? y por la imaginable religiosidad de los Chavín y sus peregrinos…

por entre las anchas piedras pulidas y recias que moldean el parque… — en Chavín De Huantar, Ancash, Peru.

El San Pedro silencioso llegaba en manos de sacerdotes, en pote venia, de filo a filo para agasajar y embeberse en las minucias de las peticiones y anuncios del tiempo…

…de todos lados llegan, cruzando colinas…

…volteando lomadas….
Fotos: Florien Pontoire